
Aunque la ciudad del Puerto de la Cruz ha visto minimizado considerablemente su patrimonio arquitectónico, sigue contando con escasos, pero interesantes ejemplares de casonas antiguas que son únicos dentro del arte popular canario. Algunas de esas edificaciones datan de la época fundacional de la población. Se remontan a los siglos XVII y XVIII, y se erigen en símbolo representativo de un valioso legado histórico, que, milagrosamente, a través de los tiempos siguen preservándose en medio del entramado urbanístico contemporáneo. Todavía existen manifiestos rincones de exquisito sabor y valor ambiental de antiguas construcciones de barro y piedra que, con su presencia, nos transportan a tiempos más sosegados; todo un contrapunto con la agitada y ruidosa vida actual. Ningún otro estilo de nuevo patrón arquitectónico podría armonizar mejor con el medio de la ciudad portuense, por esa característica tan llena de gracia, arte y belleza que distingue estas reliquias de la más depurada y genuina estructura de nuestra seña de identidad.
Se vive otro momento marcado por el materialismo. Hay menos sensibilidad y más especulación en todos los órdenes. El enriquecimiento fácil mueve la codicia humana en un sistema aliado por el poder y el capitalismo potenciados por la aspiración justa y noble de una sociedad que seguirá demandando una vivienda digna y confortable para sí y su familia. Por otra parte las vetustas casonas son una carga para la mayoría de sus propietarios, si las Administraciones públicas no comparten obligaciones y responsabilidades, razón por la cual quedan relegadas, dado su elevado coste de mantenimiento y conservación, a destinos comerciales, museísticos o similares, si no quieren acabar derruidas y sustituidas por moles de cemento y cristal que tanto atenta y sigue atentando al conjunto urbano de interés histórico-artístico. Así que para evitar esos frecuentes atropellos del patrimonio municipal, las nuevas edificaciones aledañas deben de amoldarse a la estética e idiosincrasia canaria, allí donde estén presentes, para no romper ese valor ambiental tan apreciado por los naturales y extranjeros que en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado captaban en sus lienzos pintores llegados de todos los lugares del planeta, como también hiciera el inolvidable acuarelista Francisco Bonnín. Hoy, lamentablemente, esa arquitectura del paisaje, es prácticamente inexistente en nuestra querida ciudad. William A. Strong venía a decir que “ésta consiste en la planificación del terreno mediante su distribución ordenada, de acuerdo con unos fines determinados y su subdesarrollo subsiguiente, por el cual deben quedar reconocidos y destacados como conviene los valores económicos, sociales, físicos y estéticos con el fin de lograr su mayor aprovechamiento y disfrute por el hombre”.
Si salimos en defensa de las casas viejas es porque unas veces el fuego y otra la disposición de los industriales, constructores y promotores, además de la desidia de los regidores que no velan por gestionar los medios para su conservación, estos añosos y emblemáticos ejemplares han ido desapareciendo de la faz urbana. Hay que preservar las históricas y viejas casonas que aún permanecen en pie al filo de algunas calles; pero para ello se precisa de ayudas económicas de las entidades públicas, léase Gobierno de Canarias, Cabildo Insular, etc. y todo el apoyo de la Delegación de Patrimonio Histórico- Artístico, Dirección General de Bellas Artes, etc.-, para su conservación y pervivencia. Que no desaparezca esa muestra que atesora el Puerto levantada con tanto amor por manos artesanas de otras épocas con materiales de madera noble, barro y piedra, hechos arte en balcones, ventanas, gárgolas, techos y escaleras. Una buena muestra de remozamiento reciente como ejemplos a imitar es la conocida casa de la familia Bazo, que antaño ocupara el histórico Turnbull´s Hote, así como la situada en la calle de Pérez Zamora, donde estuvo instalado el Instituto Laboral y posteriormente el I.N.B. Agustín de Bethencourt, y otras sedes de diversas actividades, cual fuera el Hotel Carpenter o Royal Hotel.
La ciudad del Puerto de la Cruz, como señala Fernando G. Martín, hasta mitad del siglo XX, mantenía gran parte de su extraordinaria configuración urbana, de un sentido unitario total, constituyendo uno de los centros de arquitectura doméstica más originales del Archipiélago. Hoy, entre sus valores más representativos, por citar sólo algunos, están las casas siguientes: Casa de la Real Aduanas, Miranda, hotel Marquesa (¿cuesta algo poner un distintivo indicando que en ella estuvo Alexander von Humboltd?, Casa Iriarte, Hermanos de la Cruz Blanca, Palacio Ventoso, que fuera residencia del Dr. Víctor Pérez González y su esposa la poeta Victoria Ventoso y Cullen, que no sé a que se espera para colocar una placa que reconozca ese hecho; la Hacienda de San Antonio de Pauda, la denominada “El rincón del Puerto”, antiguamente Fonda Casino; las de los herederos de Hernández Hermanos, en la calle Blanco, entre las que se encuentran la casa donde nació el historiador portuense José Agustín Álvarez Rixo y la ubicada en la acera de enfrente donde se estableció una boardin-house, ambas en lamentable estado de conservación. Otro tanto cabe decir de la casa natal de los Iriarte, ¡bochornoso!, y otras tantas que hacen temer que su baja rentabilidad y la alta cotización del espacio las lleven al estado de ruina total.
Esta presencia patrimonial obliga a las presentes y sucesivas generaciones la obligación y el deber de respetar tan maravilloso legado que constituye el capítulo más vivo y testimonial de nuestro pasado; pues, a pesar de las presiones económicas del sector turístico y de la construcción, el escaso suelo y la política expansiva y especulativa, sobrevive lo que hoy no son sino “temerosos islotes a punto de ser engullidos por un mar caótico y estandarizado” Que las corporaciones y grupos políticos de hoy y siempre no permitan nunca que se sacrifique ni una sola de esas casas viejas existentes con valores arquitectónicos e históricos y que se tomen sabias medidas de prevención de riesgos irreparables como el derribo, incendio, etc. que puedan acabar con el exiguo pero interesante patrimonio del Puerto de la Cruz, uno de los municipios isleños más sacrificados en aras del turismo, no en vano fue el primer centro turístico de Canarias. Así que no nos engañemos, muchos ejemplares no sólo de la arquitectura tradicional canaria están en crisis, sino también de otros patrones dignos de catalogación y conservación. Hay que tomar medidas y soluciones urgentes para evitar injustificables males mayores. Que así sea.
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