Estaba ahí antes de los albores de las civilizaciones oriental y occidental. No habían aparecido aún Adán y Eva, los sumerios o los Faraones. Existía antes que Moisés y Darío, Alejandro Magno o Aristóteles, los Césares o Jesucristo. Sus pueblos indígenas y su biodiversidad son anteriores a la llegada de los dioses egipcios, persas, griegos y judíos. Al nacimiento de Buda, el cristianismo o el islam. Precedieron a Cristóbal Colón, Napoleón, Marx, Bakunin, Petra Kelly o Bin Laden. Siguen estando, a pesar de los miles de kilómetros cuadrados que cada día son deforestados, de los 500.000 grandes árboles talados anualmente y que se llevan con ellos sus formas de vida eterna.
Chateaubriand decía que a los seres humanos les preceden los bosques y les siguen los desiertos. Pero se equivocaba. La afirmación es aplicable sólo a parte de ellos, sustancialmente depredadores, suicidas, y, actualmente en la cúspide de la pirámide “civilizatoria”. Hay otros a quienes las selvas les preceden y les siguen. Son el pasado, el presente y el futuro. Más de cincuenta tribus aún desconocidas para el hombre blanco y que nunca han oído hablar de él. La inocencia personificada y perdida que da fe de que el mito del buen salvaje era cierto. Nuestro centro de gravedad en un mundo enfrentado al clima. La garantía de que el futuro existe. Y que el ser humano sobrevivirá cuando desaparezcan los Estados, las Naciones, las multinacionales, la cultura del homo hominis lupus y del Padre nuestro que estás en los cielos.
Los 6,5 m

Hablamos del Paraíso Terrenal. Un abigarrado mundo de agua, sonidos, olores, colores y sombras. El sol por el día y la luna entre los árboles de noche. Una orgía verde donde habitan el tucán, el caroé, el martín pescador, el guacamayo, el jaguar, pirañas, caimanes, anacondas, boas, piraibas, pirarucús –el pez más grande que llega a pesar 225 kg-, delfines rosas, colibríes, halcones, loros, iguanas, nutrias, tortugas, pájaros tigre, macacos, monos titís, perezosos, tuiuiús, hormigas gigantes como las topíbar, 1.800 especies de mariposas, 200 de mosquitos … Y el Ave del Paraíso.
En el alto Río Negro, antes del encuentro misterioso de sus oscuras aguas con las cremosas del Solimoes y formar el Amazonas, varias familias de la tribu Barasana nos hablan en su lengua ancestral, el tukán, junto a su pequeña choza o tapín. Niños y niñas de profundos ojos negros y sonrisa limpia se funden con la tranquilidad, alegría y dulzura de sus padres. Su piel, de aterciopelado nogal como el Río. Son parte del Río. Como el samauma, el árbol más alto de la selva con sus 65 m., o el arabá, con que se comunican en el enmarañado paisaje de apuis o lianas e igapós o manglares. La selva es una gigantesca farmacia natural. El urukú el árbol de dónde extraen el rojo para pintar sus rostros. La cerbatana está siempre presta con la savia del curare recién cogida. Es parte de la cadena trófica. La vida en el río, antes de llegar a los poblados caboclos que un día se mezclaron con los primeros blancos y construyeron sus palafitos sobre las aguas y su modo de vida a base de pesca, agricultura y artesanía.
La masacre comenzó con El Dorado en 1535 por Sebastián de Belalc

Una niña aparece con su canoa entre orquídeas salvajes y enormes nenúfares y se pierde Río arriba. Sus ojos nos sonríen y la selva se ilumina aún más. Su pequeña barca navega sobre el espejo donde se refleja toda la historia. El peligro para ella no viene del fondo de las aguas donde habitan anacondas y pirañas o de las copas de los árboles de donde se deslizan las boas. Siempre llegó por el Río y de fuera de la Selva. Pero ella sigue sonriendo. Es una niña indígena. Y va sola…
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