martes, 22 de julio de 2008

AMAZONÍA

Artículo recibido de: Agapito de Cruz Franco

Estaba ahí antes de los albores de las civilizaciones oriental y occidental. No habían aparecido aún Adán y Eva, los sumerios o los Faraones. Existía antes que Moisés y Darío, Alejandro Magno o Aristóteles, los Césares o Jesucristo. Sus pueblos indígenas y su biodiversidad son anteriores a la llegada de los dioses egipcios, persas, griegos y judíos. Al nacimiento de Buda, el cristianismo o el islam. Precedieron a Cristóbal Colón, Napoleón, Marx, Bakunin, Petra Kelly o Bin Laden. Siguen estando, a pesar de los miles de kilómetros cuadrados que cada día son deforestados, de los 500.000 grandes árboles talados anualmente y que se llevan con ellos sus formas de vida eterna.

Chateaubriand decía que a los seres humanos les preceden los bosques y les siguen los desiertos. Pero se equivocaba. La afirmación es aplicable sólo a parte de ellos, sustancialmente depredadores, suicidas, y, actualmente en la cúspide de la pirámide “civilizatoria”. Hay otros a quienes las selvas les preceden y les siguen. Son el pasado, el presente y el futuro. Más de cincuenta tribus aún desconocidas para el hombre blanco y que nunca han oído hablar de él. La inocencia personificada y perdida que da fe de que el mito del buen salvaje era cierto. Nuestro centro de gravedad en un mundo enfrentado al clima. La garantía de que el futuro existe. Y que el ser humano sobrevivirá cuando desaparezcan los Estados, las Naciones, las multinacionales, la cultura del homo hominis lupus y del Padre nuestro que estás en los cielos.

Los 6,5 millones de Km2 de la Amazonía, conservan –en un mundo de desiertos- el 20% del agua fresca de la Tierra y son nuestro pulmón. La región más rica y diversa del Planeta alberga más de un millón de especies animales y vegetales, con miles de clases de aves, insectos, mamíferos y peces, aún sin clasificar ni estudiar. Con dos mil especies de estos, el doble del Océano Pacífico. De su belleza y grandiosidad habla por sí mismo el Amazonas, el río más largo y caudaloso del mundo con 6.992 Kms de longitud, 100 m de profundidad, 50 Km de anchura y que con sus 1000 afluentes vierte al mar 200.000 m3 de agua por segundo.

Hablamos del Paraíso Terrenal. Un abigarrado mundo de agua, sonidos, olores, colores y sombras. El sol por el día y la luna entre los árboles de noche. Una orgía verde donde habitan el tucán, el caroé, el martín pescador, el guacamayo, el jaguar, pirañas, caimanes, anacondas, boas, piraibas, pirarucús –el pez más grande que llega a pesar 225 kg-, delfines rosas, colibríes, halcones, loros, iguanas, nutrias, tortugas, pájaros tigre, macacos, monos titís, perezosos, tuiuiús, hormigas gigantes como las topíbar, 1.800 especies de mariposas, 200 de mosquitos … Y el Ave del Paraíso.

En el alto Río Negro, antes del encuentro misterioso de sus oscuras aguas con las cremosas del Solimoes y formar el Amazonas, varias familias de la tribu Barasana nos hablan en su lengua ancestral, el tukán, junto a su pequeña choza o tapín. Niños y niñas de profundos ojos negros y sonrisa limpia se funden con la tranquilidad, alegría y dulzura de sus padres. Su piel, de aterciopelado nogal como el Río. Son parte del Río. Como el samauma, el árbol más alto de la selva con sus 65 m., o el arabá, con que se comunican en el enmarañado paisaje de apuis o lianas e igapós o manglares. La selva es una gigantesca farmacia natural. El urukú el árbol de dónde extraen el rojo para pintar sus rostros. La cerbatana está siempre presta con la savia del curare recién cogida. Es parte de la cadena trófica. La vida en el río, antes de llegar a los poblados caboclos que un día se mezclaron con los primeros blancos y construyeron sus palafitos sobre las aguas y su modo de vida a base de pesca, agricultura y artesanía.

La masacre comenzó con El Dorado en 1535 por Sebastián de Belalcázar, al que sucedería en 1536 Gonzalo Jiménez de Quesada. Francisco de Orellana probaría en 1540 las flechas de aquellas mujeres guerreras a las que daría el nombre de Amazonas en recuerdo de la mitología clásica, y cuyo nombre quedaría para siempre unido al Gran Río. En 1560 el sanguinario Lope de Aguirre teñiría aún más de rojo sus aguas. Nadie parecía darse cuenta que El Dorado era profundamente verde. Ni siquiera los seringueiros arrancando el caucho a comienzos del siglo XX, o, más recientemente, las multinacionales de comida rápida arrasando la selva para pastos y las políticas energéticas explotando sus bosques como biocombustibles.

Una niña aparece con su canoa entre orquídeas salvajes y enormes nenúfares y se pierde Río arriba. Sus ojos nos sonríen y la selva se ilumina aún más. Su pequeña barca navega sobre el espejo donde se refleja toda la historia. El peligro para ella no viene del fondo de las aguas donde habitan anacondas y pirañas o de las copas de los árboles de donde se deslizan las boas. Siempre llegó por el Río y de fuera de la Selva. Pero ella sigue sonriendo. Es una niña indígena. Y va sola…

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