
Qué alegres y lisonjeras cruzan las brisas cuando llegan a nuestras costas y cómo acarician. Su presencia, cuando llegan al Puerto de la Cruz, con ese particular sabor salobre y el perfume de las algas que consigo deliciosamente arrastra, nos insuflan sentimientos muy singulares y nos transportan hacia momentos y lugares apetecidos; nos traen recuerdos de pretéritas e inolvidables vivencias... A veces nos contagia esa extraña alegría y con ella nos traslada a dimensiones oníricas, que también los viejos soñamos y nos gusta apartarnos lejos, batiendo las alas del pensamiento, hasta hallar aquellos rincones amados, que aunque no estén donde y como los dejamos, en nuestra mente han dejado profundas huellas en los causes de la evocaci
Las brisas meciéndose sobre la mar, nos traen todo aquel calor sentimental, el perfume y el color de nuestras preferidas flores y el silencio apetecido tantas veces y estar juntos nuevamente.
También los viejos sabemos reír, hay recuerdos que nos arrancan piadosas sonrisas y el estallido alegre de una tímida risa que conmemore episodios de la distante juventud; y hasta llegamos a reírnos de esa tierna etapa de nuestra vida y de cómo era todo aquello... Los viejos reímos de otra forma, no dejamos libre el eco de nuestras escasas fuerzas al reír, impedimos se nos aleje mucho, ya que no nos sobran los impulsos. Sabemos interpretar ese saludable gesto y aprendemos a no malgastarlo.
Estas son acuarelas realizadas por el propio autor, que nos acompañan en estas líneas de Celestino González Herreros.
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