domingo, 29 de junio de 2008

ATRACTIVO MAR EL DE MIS COSTAS ATLÁNTICAS


Artículo recibido de: Celestino González Herreros

Son testigos de mi exaltado canto las gaviotas que revolotean sobre mí, y el acostumbrado encanto que deleita a la vista en esos momentos y ello me inundaba de un tierno sentimiento de amor.

Apenas comenzaba el nuevo día, cuando tuve ocasión de llegar hasta la novísima e inteligente Plaza de Europa, en el Puerto de la Cruz, que estaba brindándome sensaciones tan emotivas y tiernas, que me atrapaban en el sueño evocador de históricos acontecimientos de trascendencia universalista. Me hablaba de piratas, de una defensa enconada y valiente de nuestros antepasados que luchaban dignamente por defender nuestras tierras y sus frutos, las mujeres y a los hijos. Odiosos piratas que nos acosaban constantemente y nos dejaban arruinados material y moralmente; y cada vez que les “vencíamos” subía un grito a los cielos que parecía el trueno de la esperanza. Y aquí estamos, continuamente amenazados, pero creo que nunca tan juntos.

Cada cual va a donde su espíritu le obliga. Yo deseaba acercarme más aún al litoral... Nosotros los de costas, los portuenses, cuando nos vamos haciendo viejos, buscamos la orilla instintivamente (cómo el pescado que agoniza), todos quisiéramos morir cerca de la playa, tocar el agua cuando sube, y besarla antes de entregarnos... Cuando nos subimos en una lancha, lo primero que hacemos es tocar el agua del ancho mar, la acariciamos como si de un ritual se tratara, no es para saber si está más fría o simplemente templada, es un extraño sentimiento comunicativo que nos identifica como reflejo respetuoso hacia esa inmensa extensión oceánica que inspira también religiosidad y temores, como si al pertenecer a ella fuéramos persuadidos de los riesgo inminente que se viven. Y el hombre de la mar los desafía diariamente, no por presunción, es buscando el alimento a través de ese duro y expuesto trabajo para garantizar el sustento de sus familias. Y no caben dudas, siempre nos hemos sentido atraído por su identidad y grandeza, por las riquezas que atesora y con ello olvidamos muchas veces los peligros que también encierra.

La mar nos ofrece ese encanto sublimado por Dios; y que, en mí hoy ha despertado el deseo de acercarme a ella, como si la hubiera tenido abandonada, aunque no es cierto, siempre le busco, hasta en mis sueños poéticos. La mar me extasía, me da energías extrañas; y otras veces me amansa su prepotencia natural. La mar siempre me atrajo, le dio a mi vida un sentido diferente que me obliga a verle con respeto. A veces pienso, y hasta le he imaginado surcando sus aguas en solitario, a nuestro Dios, y creo, ¿si no nos estará devolviendo una gracia Divina, representando su voluntad extraordinaria y "dominante", por que la mar tiene nobleza y encantos, también bravura capaz de castigar al hombre sin piedad alguna? La mar es, como una boca abierta que está hambrienta. Sin embargo, nadie entiende, ¿ por qué es así el mar?

En la señalada Plaza pública, caminé un tanto entusiasmado, recorriendo su amplio espacio advirtiendo sus encantos que no consigo detallar, hasta diría más, me sentía tan inspirado en medio de mi alborozo. La mar destacaba los cálidos influjos de tanto embeleso, el arrullo de sus olas y las caricias de sus constantes golpes, dejaban en mi ser un sentimiento peculiar de ternuras, el oleaje seguía inflamando mi corazón de nobles deseos que se aglutinaban con pasión... Nunca vi la mar tan cerca, la sentía dentro de mí, resonando dentro de mi pecho, como si fuera un puerto abandonado aunque abierto...

Me olvidé hasta de las personas que me rodeaban, eran las diez de la mañana y nuestro entorno estaba animado con abundantes "extranjeros", yo diría amigos de mi tierra, y creo que suena más bonito, este es el mejor puerto de sus ilusionadas naves, por esa razón se van y vuelven, como las aves que surcan los mares con afanoso vuelo, para volver con nosotros...

Descendí de la Plaza en dirección al viejo muelle pesquero atraído por el jolgorio que se advertía, a esa hora unos regresaban de sus diarias faenas en sus pequeñas lanchas, otros renovaban la pintura de las mismas, revisaban sus aparejos y en la adoquinada explanada de la orilla algunos vendían la captura de la noche anterior con caras alegres, agotando sus extenuados esfuerzos...

Y sin querer, me acerqué a la orilla... ¿Ven como es cierto? ¿Qué busca uno en la mar, cuando se ha nacido cerca de ella, cuando de niño se ha jugado en la arena de sus playas, cuando se ha familiarizado uno con el canto de sus caracolas, con la intempestiva influencia y la presencia de las olas rompiendo su furia contra los estáticos riscos de la escollera que la desafían años tras años, siempre... Como mi callado corazón que las siente llegar y las espera resignado cuando la envestida es inminente... Y, ¿cuántos caminos se abrieron a través de sus inquietas aguas, senderos hacia nuevos mundos? Senderos de dolor y, otras veces de la felicidad. Vía crucis del hombre aventurero, del visionario y también de los valientes hombres de la mar, los marineros de mis inigualables costas. Mas, todo se olvida de repente, mientras veía a mi alrededor tantas caras felices sentí el contagio de esa grata influencia invadir todo mi cuerpo y me fui hablar con un grupito de ellos, buscando quizás en esa natural participación los elementos necesarios de ambientación para sentirme mucho mejor de todo lo bien que pudiera sentirme.

Por estas fechas, el Puerto de la Cruz, vuelve a vivir, un año más, en sus engalanadas calles, la solemne presencia de sus Santos Patronos en mayestática procesión... Ha llegado Julio nuevamente y ya se respiran otros aires; y el entusiasmo es tal que transmite esa alegría a los felices visitantes que se admiran ante tamañas influencias de calor humano y desenfrenada algarabía. El Puerto está de fiestas, desde aquí veo engalanar las ligeras barcas y los potentes lanchones, recién pintados casi todos y abanderados con los colores de nuestras insignias agitándose como aves ilusionadas danzando con las brisas deliciosas de la bahía. Ya el pueblo huele a ventorrillos, a carne a la braza, adobadas o los clásicos pinchos morunos tan de moda hace unos años. Huele a comida por todas partes y el vino, las cervezas y los cubatas, ponen la nota alegre más atractiva al popular ambiente cosmopolita de nuestra bella Ciudad. Y en las esquinas y lugares asignados al respecto, sonríen las turroneras ofreciendo su apetitosa mercancía. Las tómbolas y los conciertos, ¡cómo rompen el silencio de sus calles en esos señalados días de constante algarabía!

Instintivamente volví a la Plaza de Europa, evadiéndome un poco de los ruidos de la Ciudad viendo al mar cuando riela bajo los rayos del Sol y cuya quietud sosiega a mi espíritu, hoy profundamente emocionado mientras siento los influjos de esta soledad, acariciado por ese aire salobre y el olor de las algas de la escollera más próxima. Mirando a lo lejos busco... y no sé qué cosa busco con tanta devoción en mi contemplación, deslizando mi cansada mirada sobre el ancho mar que comienza a rizar... En breve la veremos acompañada de San Telmo, cruzar las aguas costeras y en porfía cristiana y marinera, celebrar la embarcación todos los hombres de la mar que se dan cita ese hermoso día.


Imágenes de está Isla y de está tierra, conocida por todos y por todas, un trabajo elaborados, con mucho cariño, en esas atardecer de tranquilidad y sosiego, al frente y a lo largo hasta donde alcanza la vista allá en el horizonte, donde vemos ese fuego, dejando así, sus huellas y sus hermosas vistas de óleo, dedicado a los que nos encontramos hoy aquí, de igual manera para los que están por venir.

Gracias de todo corazón.

Estimado Don Celestino Gonzlález Herreros, lo felicito, y siga con ese mismo entusiasmo.

Hasta pronto José R. Peraza

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