martes, 27 de mayo de 2008

LAS ALFOMBRAS DE SAN JUAN DEL FARROBO

Artículo de: AGAPITO DE CRUZ FRANCO

Arte efímero. Y desde la llegada del cambio climático, efímero e imprevisible. Cuando falta poco para el solsticio de verano, el rito de las alfombras se apodera de nuestros pueblos. Es el continuo retorno de lo idéntico, como diría el filósofo que anunciara la muerte de dios en la cultura occidental. La Orotava tiene por sí misma sello propio en esta aventura del ser humano. Se encuentra año tras año consigo misma. Y dentro de la enorme riqueza cultural de sus tapices, sobresale cada vez más y con personalidad propia, el Corpus de los pobres. Porque en la Villa de Arriba de La Orotava no hubo marquesas ni aristocracia clerical sobre dorados capiteles.
Sino gente humilde y sencilla del Farrobo, que derramó durante siglos su esencia vital de sudor y rebeldía. Madera de tea sobre barro y piedras. Más que adoquines, caminos de la Sierra y molinos de agua clara en los chabocos. Unos portuguesismos por cierto, estos de farrobo y chaboco, que nos retrotraen 400 años en el tiempo. Fue en 1608 cuando se fundó una primitiva ermita, sobre cuyo solar se levantaría el actual Templo y Parroquia de San Juan Bautista.

Últimamente la lluvia une más a este pueblo dado a la paciencia y a la religiosidad generacional. Jesús Bautista recuerda cuando hace 36 años comenzó su primera alfombra en la Plaza de la Iglesia. Hoy continúa religiosamente su destino de arena y flores. Y de agua: “El año que viene volveremos a hacerlas aunque vuelva de nuevo a llover”. Y es que en el año del cuatrocientos aniversario, una vez más la procesión de los pétalos de rosa fue cercenada por el temporal. Ventanas sin miradas y azoteas sin sol. Pero son ya más de 60 tapices los que cubren el suelo de este volcán dormido. Hay imágenes fotográficas de alfombras en la Pza de San Juan de 1920 y su historia floral se remonta a 1681 cuando ya se engalanaban las calles con flores y arcos enramados. Más de 50 grupos de alfombristas -entre familias y colectivos que sienten la llamada del pueblo unos y del cielo otros- convergen en pleno siglo XXI en el arte de la vida. Merecen especial mención los niños y niñas del Colegio Ramón y Cajal, donde cientos de ellos participan los días previos en la confección de una alfombra de papel con motivos infantiles diseñados entre todas las aulas. Pero el cielo últimamente está furioso. Más que furioso caprichoso. Juega con los alfombristas, les engatusa, les hace soñar. Permite que el arte se exprese con alegría para al final llevárselo a su impredecible país. Se oye por las cuatro esquinas, y entre las tejas centenarias, que la culpa de este fenómeno atmosférico-religioso la tiene el Sr. Obispo por haberse llevado al bueno de Antonio González de León, el Párroco que se mezcló con el pueblo.

“Se comunica a los vecinos de esta calle que pasará por ella la procesión del Santísimo Sacramento. Rogamos coloquen colgaduras en las fachadas de sus casas, enciendan bombillas para iluminar la calle y arrojen flores al paso de su Divina Majestad.” Este texto que en los días previos se cuela en los vestíbulos de las casas me produce cierto repeluz y deberían actualizarlo. Las farolas ya se ha encargado el Ayuntamiento de ponerlas, y el poder mayestático se ha desplazado al Banco Mundial y a las Reinas de las Fiestas. Por otro lado, la parte positiva de esta lluvia de mayo es que ha puesto sobre la calle el verdadero significado de la palabra religión. Religare, religarse, volver a unirse, encontrarse. Las alfombras del Corpus de San Juan dan fe de ello. Ese día todo el pueblo acude a la cita consigo mismo. El espíritu comunitario, la convivencia vecinal, las relaciones humanas y el alma de la historia campan por todos los rincones. El arte, sin directrices. Libre. Los últimos años, el Ayuntamiento ha decidido proveer de materiales básicos como brezo, marmolina, cañas... Excepto flores, las cuales se recolectan de los propios patios o de los pocos sitios que aún perviven entre la marea de hormigón que atenaza el Valle. No son alfombras estas de San Juan de exhibición turística. Sino de puro pueblo. Ese del que se alardea y que luego algunos no parecen ver cuando pasa con sus costumbres ancestrales y sus apegos centenarios.

Y al final de la calle el abrazo tras el abismo. Los inmigrantes que vomitó el océano también hacen su alfombra. Manos negras, manos blancas. Olor a brezo. Alpargatas de una niña jugando al tejo en adoquines de papel. Torres centenarias reflejadas sobre un suelo de mármol. Sombras chinescas de Cristos calle arriba. Memoria. Corpus de San Juan.

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