lunes, 30 de junio de 2008

LA DROGA FANTASMA SOCIAL

Artículo recibido de: Celestino González Herreros

Como si temiera que el tiempo acabase, me apresuro a hacer estos comentarios. Antes que llegue el expreso... Con mesura e intranquilo, hago por ordenar mis pensamientos. Quisiera hallar, para todos "ellos" la senda ilusionada de la recuperación, que volvieran al cause de la pronta desintoxicación, ayudados por nuestra sociedad y cuantos en ella vivimos y luchamos.

Como si fuera un mensaje de amor que llegara a la encrucijada de sus vidas desordenadas por causa de las drogas; un mensaje sin remitente, esquivando la poca luz proyectada en el azaroso camino de sus vidas, aletargadas, buscando despertar de tanto aturdimiento, en este bello entorno que nos brinda la vida; viendo rostros sonrientes alrededor, que parecen no tuvieran en sus vidas motivo alguno que se lo impidan. Aunque también tienen sus propios problemas, sólo que luchan por resolverlos, sin recurrir al veneno de la droga.

No como "ellos" que se abandonan, para así, eludir toda clase de responsabilidades. Y, a costa del sufrimiento de los demás, se entregan a ese mundo falso de las estériles alucinaciones... Jamás se darán cuenta del daño que se hacen, ni sus consecuencias, ni el dolor que proporcionan a sus sufridos familiares y a la sociedad entera, que nunca les dio la espalda.

Esperemos, que, de una vez por todas, consigan la paz necesaria que les permita entender el esfuerzo que hacen los Centros de acogida, Dispensarios de Toxicomanía, etc., para que sea fructífero ese trabajo de titanes que por el bien de "ellos" ejercen.

La vida tiene varias facetas diferenciales, algunos seres ignoran los problemas de los demás: hay quienes lo han perdido todo y se ven con las manos vacías y el corazón desierto, y aún así, no se amedrentan, siguen buscando escapar del agujero oscuro donde se hallan estacionados. Otros, los más sonrientes, parecen felices, pero tampoco lo son, tratan de serlo y a veces lo consiguen, porque luchan...

Habrán, no digo que no, seres que ni siquiera lo sienten, por que piensan que no es su problema y les ven como si fueran espectros callados y, a la vez, sumisos, que sólo vegetan, viendo pasar el tiempo inexorable. Sólo esperando el expreso... Cuando se detenga a recoger a algún pasajero... Y se conforman, viendo morir la tarde, con sus tibias sombras que avanzan por las calles del pueblo o en algún abandonado callejón, presos del hambre y el rigor del inclemente frío...

Mi bella ciudad portuense, espléndida y generosa, con su habitual deslumbramiento, hace sentirme, a veces, inerme, inútil ante esos rostros tristes. Quiero evitarlos y no puedo. Por suerte, siempre disponemos de atractivas y tranquilas plazas públicas.

También, a la orilla del mar, un lugar donde andar y meditar. Allí me asomo, buscando el lejano y estático horizonte, donde parece que se une el mar y el cielo. Y, mientras la brisa me acaricia, siento un enorme consuelo, y no reparo en sonreír, aunque de distinta forma, no como quisiera. Lo hago dándole gracias a la vida, por cuanto hemos recibido; y complacido vuelvo mis pasos hacia el hogar que me espera, donde puedo escribir cosas como estas... Y puedo ver, a través de mi ventana, cada nuevo amanecer, cuanto despierta ante mis ojos; y tantas fingidas sonrisas que tratan de disfrazar sus pesares.

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